El cultivar las amistades, cuidarlas, darles su importancia y su tiempo evita que nos convirtamos en seres solitarios, aislados y en viejos extraños.
Esto es lo que aconseja
Elisabeth Lukas, doctora en filosofía, psicóloga clínica y psicoterapeuta
austriaca en su libro Paz vital, plenitud y placer de vivir. (E. Paidós.
2001).
Sus explicaciones a tal
hecho no tienen desperdicio. Veamos escuetamente algunas:
-La palabra “cultivo” sugiere la idea de
cierta regularidad en los contactos amistosos.
-No obstante, resulta profundamente
necesario alternar las horas de compañía con horas de soledad.
-Ninguna amistad soporta que uno se pegue al
otro como una lapa o quiera ejercer una influencia dictatorial.
-Cada vez que nos inmiscuimos y aferramos
con uñas y dientes al amigo intentando influir en sus asuntos lo ahuyentamos de
la forma más rápida.
-La amistad verdadera no participa de nada
parecido.
-La
amistad verdadera da mutua libertad para la propia evolución, respeta los
distintos pareceres sin criticarlos, desprende calor y afecto sin pedir nada a
cambio y se renueva en cada reencuentro que sucede a una despedida.
-En la amistad verdadera, despedirse,
reencontrarse, dar libertad y estar al lado del otro forman unas mareas donde
se mueven las olas de los valores de vivencias sociales.
-Esto significa, que las personas que
entablan amistades tienen que poder estar bien con ellas mismas a solas y que
la soledad debe entremezclarse con la vida en común.
-Por tanto, las múltiples formas imperante
del miedo a la soledad no tienen por qué conducir a un abocamiento hacia la
vida en común que desemboque en una conquista de amigos y los ahuyente.
Excelentes explicaciones
que hay que aplicar a la vida diaria.