Es un hecho fácilmente
constatable que las personas en todo tiempo y lugar quieren conocer el sentido
de la vida, de su vida, necesitan inevitablemente orientarse hacia algo y consecuentemente se hacen preguntas como:
¿qué hago con mi vida?, ¿Qué camino seguiré en la vida?, ¿Cuál es el sentido o
dirección de mi vida?, ¿Qué camino he recorrido hasta ahora?, ¿Para qué estoy
aquí?, ¿Qué misión tengo?, ¿Por qué
vivo?, ¿Para qué vivo? y se hacen todavía muchas preguntas más, especialmente
sobre las cosas y los hombres, sobre sí mismo y también sobre Dios.
Una pregunta no se
plantea en principio sino es, cuando le falta una respuesta para ella. La gran
mayoría de personas no se preguntan por el sentido de la vida, sino cuando
sienten la necesidad de cambiarla. Las personas buscan encontrar sus propias
respuestas a sus preguntas. Se interrogan por la vida en su conjunto y se dicen
a sí mismos: ¿de qué trata la vida?, lo cual implica una búsqueda y una
respuesta general o se preguntan también: ¿qué vine a hacer a este mundo?, ¿Qué
quiero ser? lo cual supone una respuesta individual o personal. Se necesitan
comprender y obtener ambas respuestas.
El sentido de la vida
se presenta en dos niveles o ámbitos: el sentido del momento y el sentido último.
El profesor Alfonso López Quintás alude a que hay que hacerse una pregunta
decisiva:
¿Qué
es el sentido? ¿Qué quiere decir exactamente que una, vida humana tiene
sentido?. Básicamente tener sentido es estar bien orientado. Tiene sentido
tomar un avión que nos lleva a la ciudad que deseamos visitar. Es insensato
subir a un avión que va en dirección distinta sencillamente porque nos gusta
más su diseño. Esta elección estaría mal orientada, carecería de sentido sería
insensata. Pero, ¿cuándo podemos afirmar que nuestra vida está bien orientada.
Cabe contestar de esta forma sencilla y profunda: cuando la dirigimos a su
verdadero ideal. La cuestión del sentido -y con ella la de la felicidad, la paz
y el amparo interiores - depende de la cuestión de cómo encontrar el verdadero
ideal.
El logoterapeuta Joseph
B Fabry en su libro Señales del camino
hacia el sentido (2009) expone con gran clarividencia que:
Cuando
busca el sentido último, el individuo está consciente --aún cuando sea en forma
un tanto confusa-- de que hay un orden en el universo, y de que él es parte de
ese orden. Si es una persona religiosa, percibirá ese orden como algo divino.
Si es un humanista, lo ubicará en términos de las leyes de la naturaleza y de
la ética. Si es un científico, encontrará el orden en las leyes de la física,
química, astronomía y evolución. Un artista podrá visualizarlo en la armonía.
Una mente ecológica, lo contempla en el balance de un ecosistema. El sentido
último, el sentido de la vida, es inaccesible para uno. Es como el horizonte;
se intenta llegar a él, pero nunca se alcanza. A pesar de ello, para
convertirse en alguien que dice sí (a la vida) tiene que tratar de alcanzar el sentido
último, aún: cuando nunca lo logre. En realidad, si alguien pudiera hacerlo y
decir con plena convicción: "ya conozco (el sentido) de la vida” estaría
espiritualmente muerto, porque no le quedaría nada por qué luchar. El sentido
último es una cuestión de fe, de aceptación, de experiencia personal. Se puede
vivir con el sentimiento de ser parte del entramado de la vida, o como si ésta
fuera algo caótico y uno se sintiera víctima de sus caprichos.
El hecho cierto es que, si nuestra vida está llena de sentido, se tiene más energía
para vivir, más tenacidad para resistir, más constancia para ser fieles, mejor
ánimo y mayor esperanza para no sucumbir ante situaciones límite. Es el
“sentido de la vida” un tema clásico en la historia de la filosofía. La
pregunta por el “sentido de la vida” tiene su respuesta en la “vida humana” y
ahonda sus raíces en la vida cotidiana. Joseph B Fabry ha añadido que:
Pudiera
producir desaliento leer que la vida tiene sentido, pero que éste nunca podrá
alcanzarse. Por fortuna hay un segundo nivel de sentido que se puede lograr y
en realidad, deberá ser para orientarse en verdad hacia una existencia plena.
Eso es lo que Frankl llama el "sentido del momento".
También ha descrito
Joseph B Fabry la relación existente entre “el sentido último” de la vida y “el
sentido del momento” y dice al respecto:
Existe
una relación entre el sentido último y el sentido del momento. Si se tiene
conciencia del sentido último, ya sea en un contexto religioso o laico, uno
será capaz de dar respuesta significativa a las oportunidades del momento,
porque cuenta con una brújula interna que lo orienta hacia el sentido. Si usted
no tiene esta conciencia, reaccionará al sentido del momento del modo que
pueda, pero a lo largo de su vida se irá orientando hacia una plena comprensión
del sentido último.
El recorrido para Fabry
va del “sentido último” al “sentido del momento” a la circunstancia concreta.
Puede suceder también el recorrido contrario pasar o abrirse del “sentido del
momento” al “sentido último”. En cualquier caso, este paso o trasiego de
sentido es un proceso consciente, está presidido por la conciencia personal, no
se hace a la ligera pues implica el esfuerzo, el compromiso y la entrega de
toda la persona.
Nuestro gran filósofo
José Ortega y Gasset ha indicado que:
La
vida cobra sentido cuando se hace de ella una aspiración a no renunciar a nada.
Ortega hace un profundo análisis de la “vida humana” e indica en su obra El hombre y la gente que:
La
vida es intransferible. Nadie puede sustituirme en esta faena de decidir mi
propio hacer y ello incluye mi propio padecer, pues el sufrimiento que de fuera
me viene tengo que aceptarlo. Mi vida es, pues, constante e ineludible
responsabilidad ante mí mismo. Es menester que lo que hago -por tanto, lo que
pienso, siento, quiero- tenga sentido y buen sentido para mí.
En efecto, al estar una persona viviendo, en una concreta y
determinada circunstancia y tener que seguir viviendo se hace ineludible hacer
algo, ya sea alimentarse, vestirse, trabajar, pasear o divertirse… Son estas
algunas de las actividades concretas y frecuentes de la vida que es necesario
decidir hacer y elegir una entre varias. Cualquiera de estas acciones exige
como dirá Ortega el tener que realizar al menos dos operaciones: la primera
plantearse el problema y resolver la pregunta sobre quién soy yo y la segunda
operación averiguar qué es o cuál es la circunstancia en la que me encuentro
ahora. Otra actividad simultánea a estas dos
exige decidir o hacer elecciones porque según nuestro filósofo:
El hombre, cada hombre tiene que decidir en
cada instante lo que va hacer, lo que va a ser en el siguiente. Esta decisión
es intransferible: nadie puede sustituirme en la faena de decidirme, de decidir
mi vida […] el hombre no puede dar un solo paso sin
anticipar, con más o menos claridad, todo su porvenir, lo que va a ser; lo que ha
decidido ser en toda su vida.
La más importante
actividad, la más importante aventura que se presenta en la vida es encontrarle
sentido o significación. La vida es un viaje, una aventura, un proceso que
tiene fin y finalidad o sentido, tiene meta y significación. La vida tiene
sentido y tiene también dirección y corresponde a cada uno encontrar ese
sentido. Nadie nace con “el sentido de la vida” adquirido, sino que es un
asunto que cada uno tiene que encontrar. La persona es un ser en el mundo, que
busca su sentido, orientación y dirección, aunque no sea siempre fácil o nada
fácil. Y a cada uno corresponde descubrir su propia verdad, su propia misión.
No se puede otorgar un sentido a la vida de otro sin su aceptación consciente.
Conocer el propósito, conocer el objetivo, conocer el sentido de la propia
vida, que es personal e intransferible, no es tampoco tarea liviana, pero es no
sólo necesario sino imprescindible conocerlo.
En la tarea de buscar
el sentido a la propia vida López
Quintás incide en el trabajo de su fundamentación:
Para
fundamentar debidamente la búsqueda del sentido, hemos de conocer bien el
camino que nos lleva al ideal auténtico. Es éste el hallazgo decisivo de
nuestra vida. Porque el ideal no es una mera idea. Es una idea propulsora, que
dinamiza nuestra existencia y, si es un ideal auténtico, la colma de sentido y
la hace feliz. Nada más importante que descubrir el verdadero ideal de la vida
y optar por él. El ideal auténtico se descubre cuando vivimos a fondo un
verdadero encuentro. Hoy nos dice, la Biología más cualificada que los seres
humanos somos "seres de encuentro”, vivimos plenamente como personas, nos
desarrollamos y maduramos como tales creando modos diversos de encuentro.
Bibliografía
Alfonso López Quintás.
“El ideal de unidad y el sentido de la vida para asimilar a fondo la
logoterapia de Viktor Frankl”. En Mª Ángeles Noblejas y alt Eds). La
búsqueda de sentido en el siglo XXI. Ed. Asociación Española de
Logoterapia. Madrid. 2006.
Joseph B Fabry. Señales
del camino hacia el sentido. Ediciones LAG. México, DF. 2009.
Julián Marías. La felicidad humana. Alianza Editorial.
Madrid. 1987.
José Ortega y Gasset. El hombre y la gente. Ed. Revista de
Occidente. Madrid.1970. 6ª Edición.