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lunes, 8 de diciembre de 2025

El ser de Europa

El ser de Europa

¿Qué es Europa? ¿Qué soy yo, en cuanto europeo? Se preguntaba Pedro Laín Entralgo en un artículo de diciembre de 1957 titulado Europa y la ciencia, publicado en su libro Obras Selectas (1965). En primer término, afirma nuestro pensador a modo de análisis de la situación del continente lo siguiente: “He aquí a Europa enferma, y movida por su propia enfermedad a pensar acerca de sí misma”.

La gran enfermedad de Europa han sido las dos grandes guerras mundiales. Y añade que en efecto: “Europa se ha puesto a pensar acerca de lo que ella es”, lo cual demuestra que su espíritu sigue viviendo, sigue activo.

Señala que este pensamiento de los europeos sobre el ser de Europa puede agruparse entre tres criterios o apartados: el genético, el resultativo y el estilístico.

El criterio genético es el de los que defienden que el ser de Europa, es el de su origen, así sería Europa la combinación de cuatro elementos fundamentales: la Grecia clásica, Roma, el cristianismo y la germanidad. Ejemplo de este pensamiento es Chr. Dawson en Los orígenes de Europa. Este criterio es insuficiente para comprender bien el ser de Europa.

El criterio resultativo es el que ve el resultado de la acción, lo que se ha hecho, la actividad desarrollada por Europa. Añade Pedro Laín: “¿Qué es Europa, de este modo entendida? “Europa es la ciencia”, escribía Ortega cuando joven; “Europa es libertad, historia y ciencia”, ha dicho Jaspers hace muy pocos años”. (Laín, 1965, p.1071).

Por criterio estilístico es el que destaca que también el estilo importa dentro del tema tratado. Así Denis de Rougemont describe a Europa como “un constante equilibrio dinámico y dramático de tensiones contrapuestas: libertad y autoridad, ciencia y misticismo, capitalismo y socialismo”.

Pedro Laín define al continente europeo de este modo: “Europa es una realidad histórica a la vez unitaria y diversa, constituida por la sucesiva fusión de Grecia, Roma, el cristianismo y la germanidad, creadora de un soberano modo de entender la vida humana, al cual pertenecen esencialmente la afirmación de la libertad, la estimación del saber como, ciencia y la consideración de la Historia como vía de perfección y realizadora de su hazaña a través de un destino dramático y contradictorio”.

Ha indagado nuestro autor qué es lo que han aportado Grecia, el cristianismo y la germanidad a Europa, que sólo podemos aquí sintetizar.

 Aportación de Grecia Laín escribe que: “De Grecia ha recibido Europa el hábito de obrar y pensar con la mente atenida al “qué” de las cosas, al ser, a lo humano en cuanto tal”. Grecia inventa el pensamiento técnico y científico. Se deja atrás el pensamiento mágico. Grecia enseñó a pensar sobre la naturaleza y el ser de las cosas, lo que son las cosas, lo que pueden hacer por sí mismas. Descubre el conocimiento de lo universal, de lo que es válido para todos los hombres, descubre las ideas.

Aportación del cristianismo. Nuestro pensador afirma que: “La mentalidad helénica no hubiese sido nunca mentalidad europea sin la ingente novedad del cristianismo”. “Sin la Biblia no habría Europa”, ha escrito Jaspers”. La antigüedad clásica fue cristianizada apareciendo valores como la persona, la libertad.

Pedro Laín dirá que: “El europeo no ve en el hombre sólo una cosa natural capaz de hablar, un zoon logon ekhon o animal rationale; ve en él, además, un ser vivo dotado de libertad íntima y creadora, exigente de libertad exterior, inmerso en una historia irrepetible que unas veces le perfecciona y otras le degrada, constitutivamente abierto a un horizonte al que no sólo pertenecen el ser y el no ser, mas también la nada, la eternidad y el infinito “ […] desde que el cristianismo se infundió en el seno de la mente griega o hizo pensar que la “naturaleza” de las cosas y del universo no tendría realidad y sentido últimos sin una envolvente “trans-naturaleza” o “sobre-naturaleza".

 Aportación de los pueblos germánicos Estos pueblos que derriban el imperio romano traen la fuerza, la inquietud y la permanente insatisfacción del alma que es un gran potencial humano. Pedro Laín señala que: “Tomás de Aquino y Escoto, Maquiavelo y Leonardo, Descartes y Pascal, Cervantes y Velázquez, Shakespeare y Newton, Paracelso y Kant, van a ser, entre otros, los frutos humanos de esa exaltada insatisfacción de las almas”. Sobre este suelo echa sus raíces Europa. Este es su ayer, su historia a grandes rasgos.

 


La felicidad que busco y se me escapa

¿Qué es la felicidad?

 A la pregunta: ¿Qué es la felicidad? Unos responden que es un sentimiento agradable, otros que es sentirse alegre y contento, para algunos que es hacer algo que valga la pena.

El diccionario nos indica que feliz es un adjetivo que significa que uno tiene felicidad, que goza de felicidad, que ocasiona felicidad. Y que la felicidad es un nombre sustantivo que significa un estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien.

La felicidad, como se sabe, ha sido buscada sin cesar a lo largo de la historia por todos los hombres. Todos anhelan la felicidad han dicho y dicen los filósofos.

Una serie de preguntas nos surge de inmediato: ¿la felicidad es única e igual para todos?; ¿cómo conseguirla?; ¿podemos conseguirla de una vez para siempre? Las respuestas son múltiples y variadas.

Nosotros nos acercamos a un experto, a un filósofo español del siglo XX Julián Marías, que ha escrito un libro La felicidad humana (1987), que cuenta con varias ediciones.

Sólo podemos destacar aquí algunas consideraciones principales sobre la felicidad que hace el gran filósofo.

En primer lugar, señala que la felicidad es irrenunciable, nos es necesaria. Distingue entre placer y felicidad. El placer, afirma, es siempre placer del momento, no así la felicidad.

Relaciona la felicidad con la realización de una pretensión, con conseguir o alcanzar algún fin, deseo o proyecto; para lo cual se tiene que trabajar, se tiene que implicar uno personalmente.

Si lo consigue será un logro y se sentirá feliz; si no lo obtiene será, un fracaso y se sentirá disgustado, infeliz.

Para medir el grado de felicidad personal cree que hay que hacerlo con dos magnitudes: la realidad y la pretensión. La realidad es lo que tengo o aquello de lo cual parto, y la pretensión es lo que busco, deseo o pretendo conseguir.

Por lo cual, el resultado de esta relación es una felicidad pequeña, fugaz y deficiente que nos deja insatisfechos e inquietos en la vida. Así, el hombre es sólo feliz en “pequeños momentos”, en “pequeños instantes”. No es feliz de una vez y para siempre.

Esto es así porque la felicidad no es distinta de la realidad de la vida. La vida del hombre es dramática (sucesos que conmueven fuertemente) y argumental (asuntos o temas diversos con principio, desarrollo y final) y, por tanto, la felicidad del hombre es también dramática y argumental, no es estática, no es para siempre en este mundo.

Otra característica de la vida es su dificultad, no es fácil vivir, “vivir es la suma dificultad”. Y no debe uno autoengañarse sustituyendo el mundo, nuestro pequeño o gran mundo, por un paraíso, pues dirá Julián Marías que: “La sustitución del mundo por el paraíso es la más peligrosa tentación del hombre respecto a su felicidad”. En cuanto a la muerte, señala que es una parte o ingrediente de la vida que hace imposible, ilusoria, engañosa la felicidad en este mundo terrenal, pero, aún así, es necesaria.

La felicidad, ha señalado nuestro filósofo, es siempre personal, de cada uno y es “aquello a lo que se le dice “sí”, aquello con lo cual coincidimos, que sentimos como nuestra inexorable realidad, sin la cual no somos nosotros”.