Los
hombres tienen la inclinación de huir de ellos mismos, porque contemplar su
intimidad les desagrada. Emplean la hipocresía y la máscara para engañarse a sí
mismos y a los demás.
Rara
vez se dicen a sí mismos con sinceridad los motivos de sus acciones.
Como
consecuencia no se conocen, no conocen ese resorte o fuerte propensión que es
su carácter. El carácter es la pasión dominante y hace que se resientan todas
las otras pasiones. El carácter se mezcla en todos los actos de la vida.
Los
filósofos griegos insistían en la necesidad de la regla “conócete a tí mismo”. Un gran observador de la conducta de los
personas el filósofo Jaime Balmes en su libro El criterio nos aconseja: “Debiéramos
tener continuamente la vista fija sobre nuestro corazón para conocer sus
inclinaciones, penetrar sus secretos, refrenar sus ímpetus, corregir sus
vicios, evitar sus extravíos, debiéramos vivir con esa vida íntima en que el
hombre se da cuenta de sus pensamientos y afectos, y no se pone en relación con
los objetos exteriores, sino después de haber consultado su razón y dado a su
voluntad la dirección conveniente. Mas esto no se hace; el hombre se abalanza,
se pega a los objetos que le incitan, viviendo tan sólo con esa vida exterior
que no le deja tiempo para pensar en sí mismo.”
Aunque
lleváramos una vida totalmente exterior jamás podríamos anular la vida
interior, aunque queramos no podemos escapar de nosotros, no podemos hacer
desaparecer nuestro yo más íntimo.
Nunca
será poco el tiempo dedicado a mirarse interiormente, Jaime Balmes nos sigue
aconsejando: “Jamás el hombre medita
demasiado sobre los secretos de su corazón; jamás despliega demasiada
vigilancia para guardar las mil puertas a los innumerables peligros con que él
se combate a sí propio”.
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