La
persona que quiera superarse a sí misma tiene que lograr superar su soledad,
tiene que sobreponerse a sí misma.
Pero
superar la soledad no quiere decir no aprovechar la fuerza indagadora de la
soledad, del mirar hacia dentro, hacia la intimidad, aunque sin detenerse en ella.
El
hombre necesita la soledad y la compañía, necesariamente las dos.
En
el individualismo, la persona con su sola soledad no puede solucionar
completamente sus problemas, porque tiene un conocimiento insuficiente y
parcial de su situación y de la realidad.
Si
la persona, por el contrario, quiere evitar la soledad uniéndose a un grupo
social compacto y siguiendo de este modo la “conducta general” del grupo y olvidándose
de su responsabilidad individual. Tendrá más seguridad en la vida, pero sigue
estando sólo y aislado.
La
persona ya no decide ante sus propios problemas, decide el grupo.
Para
encontrarse el hombre consigo mismo, para conocerse más el mismo tiene que
necesariamente realizar un encuentro "consigo mismo" y con los “otros”.
Este
encuentro lleva a reconocer y aceptar al "otro" en toda su diferencia y buscar
unirse a él.
El
hecho más importante de la vida es el encuentro del hombre con el hombre, que
incluye a la mujer.
La
relación más humana es aquella que constituye un encuentro auténtico “entre”
los dos, tú y yo. No es ya la histórica lucha del hombre contra el hombre, ni
la lucha entre clases sociales.
El
hombre es un ser en diálogo con otros hombres, donde se reconocen, se aceptan,
se “encuentran”, aún siendo diferentes.
Así podemos comprender,
como señala Martín Buber que “toda vida
verdadera es “encuentro”.
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